El concepto de seguridad integral viene promocionándose machaconamente en diferentes foros; nosotros fuimos pioneros en esta línea que culminó con la puesta en marcha de nuestro evento Seg2 que venimos celebrando hace más de una década para tratar de unificar dos aspectos de la seguridad que parecían tener vida propia, como son la seguridad física y la ciberseguridad, y que en su última edición se lo dedicamos a la resiliencia y gestión de crisis. El argumento es simple: seguridad sólo hay una y, bajo este punto de vista, no caben actuaciones puntuales o tratamientos coyunturales. El problema es que ambas concepciones no gozan del mismo desarrollo ni, aparentemente, de la misma proyección; en consecuencia, existe una gran resistencia a la integración, tanto mayor cuanto más afianzadas estén las respectivas posiciones.
No obstante, se han producido notables avances propiciados, sin duda, por el impulso unificador de nuevas normas, especialmente la ley de Protección de Infraestructuras Críticas (Ley 8/2011) que impone la seguridad integral en el ámbito de las infraestructuras críticas como tratamos en los diferentes congresos PIC celebrados por la Fundación Borredá y el CNPIC. Con algunos altibajos, se está empezando a conseguir así que la seguridad física y la ciberseguridad lleguen a convivir en un mismo departamento, bajo un mando único, o, al menos, actúen bajo direcciones diferentes pero coordinadas en un comité creado al efecto.
Pero, como ya sabemos, lo único constante en este mundo es el cambio y cuando ya empezaba a asentarse el concepto de seguridad integral para referirnos a la confluencia de lo físico y lo cíber, aparecen voces autorizadas que demandan ir mucho más allá, para convertir la seguridad integral en un proceso continuo que abarque todas aquellas actuaciones de planificación, prevención, reacción, mitigación del daño y restitución del servicio que resulten oportunas, sin hacer referencia a ninguna parcela concreta. Obviamente, este proceso exige una dirección que asegure la unidad de acción de todos los implicados.
La crisis del coronavirus está sacando a la luz la necesidad de afrontar el problema bajo la premisa de una dirección única, capaz de impulsar y coordinar la acción de todos los órganos concernidos. Es evidente que la necesidad obliga a acelerar los procesos de mejora de la eficiencia en la gestión y en esta crisis hay mucho en juego como para no adaptarnos a las exigencias del momento. Podría calificarse esta pandemia como un cisne negro, pero sólo lo sería en cuanto a sus efectos, ciertamente devastadores, porque el fenómeno estaba considerado en nuestra Estrategia de Seguridad Nacional; sólo faltaba haber trasladado la obra “de las musas al teatro”, con la unidad de acción que requiere la seguridad nacional.
España se ha dotado de una administración descentralizada de forma asimétrica y el Estado ha transferido competencias en materia de gestión de servicios esenciales, hasta el punto de dificultar la toma de decisiones en situaciones de crisis. Hoy, estamos chocando con esta realidad y descubrimos la necesidad de afrontarla desde el espíritu colaborativo de quienes ostentan alguna responsabilidad en la materia, dirigidos por una única autoridad que garantice la unidad de acción. Naturalmente, se presupone la competencia de todos.
En definitiva, se trata de llevar a cabo una gestión global de los riesgos a nivel nacional, principio que debería extenderse hasta el nivel empresa, donde no pueden funcionar aisladamente los responsables de analizar y gestionar los riesgos de sus diferentes áreas, sino que deben actuar coordinadamente, utilizando una metodología común y bajo una única dirección, que garantice su gestión de forma global, en beneficio de la seguridad nacional o del negocio que, por otra parte, son complementarios. Esa es la seguridad integral e integrada que proponemos.
Ojalá esta crisis nos ayude a cambiar algunos planteamientos excesivamente personalistas, para elevar nuestra visión hacia el interés general, porque así podremos enfrentar con más opciones de éxito las sucesivas crisis que, sin duda, nos tocará gestionar como se puso de manifiesto en el VII Congreso de Directivos de Seguridad que dedicamos a la seguridad corporativa