A fecha de hoy puede ser que estemos viviendo los momentos más convulsos de las últimas décadas con guerras de tipo convencional en Europa y Próximo Oriente, radicalización del pensamiento político, enfrentamiento ideológico de religiones, desinformación, etcétera. Esto, unido a un crecimiento exponencial de la tecnología (como, por ejemplo, la irrupción de la inteligencia artificial en todos los campos científicos y tecnológicos), determina los pilares para un antes y un después en la sociedad.
Acabadas e interiorizadas las anteriores revoluciones industriales hasta la Segunda Guerra Mundial, aparece tras esta una nueva revolución, asociada a la capacidad del ser humano para controlar la energía nuclear. Pero a ella le sigue la revolución electrónica o revolución tecnológica, cuyo objetivo o consecuencia de ello es conseguir la realización de tareas infinitas mediante dispositivos no mecánicos de tamaño cada vez más reducido y que serán los que controlarán los primeros.
Además, en los 15 o 20 últimos años, la evolución tecnológica e instalación social de esta se ha disparado exponencialmente. Lo que hace unas décadas parecía que podría tardar en avanzar 10 años más su posterior despliegue por toda la sociedad, ahora, en solo algunos años, se encuentra prácticamente integrado en la vida diaria.
La comunicación
Uno de los avances más notorio o que parece más visible es la comunicación. En concreto, la aparición de Internet y su uso generalizado debe ser considerado como uno de los hitos más importantes dentro de la historia del ser humano, pues amplió los canales de comunicación y posibilitó que el intercambio de información sea hoy inmediato.
¿Qué significa esto? Pues que puedo conocer lo que está ocurriendo en el mismo instante en que se está produciendo y, además, el destinatario puede ser una población muy amplia y diversa.
Se podría decir que esto es lo que se ha dado en llamar la «democratización de la información o de la comunicación». Pero, ¿en realidad es eso verdad? Teóricamente, debería ser así, pero en el momento en el que se empiezan a introducir variables, las cosas ya dejan de ser tan ideales.
La evolución de nuevas tecnologías significa vivir ‘codo con codo’ con la desinformación
¿Llega la comunicación a todos los lugares? ¿Todos tienen los mismos medios de acceso a los recursos? ¿Todos tenemos la misma educación? ¿Todos tenemos el mismo nivel de conocimiento? ¿Todos tenemos los mismos sesgos culturales? ¿Todos tenemos la misma hora? A todas estas preguntas, la respuesta es siempre no.
Esta respuesta es precisamente la base que permite que la distorsión de la información –bien sea de forma deliberada o fortuita– pueda ser considerada como un arma casi estratégica. Un bulo bien definido, lanzado por la red adecuada, dirigido a las personas adecuadas y en el momento oportuno, puede cambiar el devenir de una sociedad, generar un momento de caos, afectando a nivel social, político o social. Ejemplo de ello podría ser lo ocurrido en octubre de 1938, cuando Orson Wells, versionando La guerra de los mundos por la radio, provocó de forma no deseada una situación de caos y pánico.
La desinformación
¿Qué se consigue? El principal objetivo de la desinformación o la propagación de un bulo es influenciar en el pensamiento de las personas para conseguir dirigirlo en un sentido u otro, y que con ello se pueda modificar el devenir de acontecimientos existentes y/o futuros, o generar nuevos acontecimientos.
¿Quién lo puede llevar a cabo? La utilización de la desinformación puede llevarla a cabo cualquiera. Los intereses, además, pueden ser diversos, desde la pura competencia privada, desprestigio de personas, proyectos, empresas, etcétera, hasta la intervención de gobiernos sobre la propia población nacional o la influencia en gobiernos y países extranjeros, entre otros.
Debemos combatir la desinformación con conocimiento, contrastando la información y sin permanecer pasivos frente a ella
Esto no significa que nada de ello sea legítimo, pero si existe el acceso a la tecnología y unos intereses particulares, resulta difícil poder evitar que se propaguen bulos, por sencillos y próximos que estos puedan resultar.
De hecho, hemos conseguido dar forma tecnológica a los manuales y procedimientos de contrainteligencia, así como abaratar sus costes de aplicación, haciéndolos llegar a todos.
Como se ha comentado anteriormente, la tecnología evoluciona a un ritmo vertiginoso, ya sea en robótica, inteligencia artificial y automatización, drones, coches autónomos o semiautónomos, biotecnología, conectividad, ciudades inteligentes, redes 6G o 7G, computación cuántica… Tratándose de tecnologías que ya están ahí y que algunas ya forman parte de nuestro entorno.
¿Qué significa esto? La evolución e instalación de estas tecnologías en nuestra sociedad significa vivir codo con codo con la desinformación. En estos momentos, el ser humano tiene las herramientas para generar esos bulos y propagarlos, pero mediante esta evolución de las tecnologías podemos llegar a que no sea el ser humano quien le dé al botón para difundirla, sino que «algo» lo haga por nosotros.
¿Cómo combatirlo? En este punto, quiero trasladar mi miedo racional y controlado sobre la evolución tecnológica. Todos somos conscientes de la resistencia al cambio que por naturaleza tiene el ser humano, lo que lleva a que los cambios normalmente tengan una evolución temporal hasta su completa interiorización.
En el caso de la desinformación, no significa que al final se vaya a imponer y tengamos que hacer uso de ella para subsistir. Pero sí que debemos ser conscientes de que puede llegar a formar parte del día a día, y que debemos ser nosotros quienes combatamos esas situaciones de desinformación.
Por ello, debemos volver al origen del uso de la información durante todos los tiempos; es decir, la forma de combatir la desinformación es a través del conocimiento, del contraste de información para verificarla y poder descartarla y, sobre todo, no ser partícipes pasivos de esa desinformación. Precisamente, algo de lo que se aprovechan estos actores es la utilización de terceros que les van a servir como medio de propagación.
¿Estamos preparados para aprender a la velocidad a la que evoluciona la tecnología?