La internacionalización de las empresas nunca es fácil porque las oportunidades de expansión se acompañan de riesgos. El primer obstáculo es superar el miedo a lo desconocido y analizar riesgos y oportunidades y, para ello, la geopolítica juega un papel importante.
Las grandes empresas disponen de recursos para explorar y sostener sus inversiones en otros países porque disponen de gabinetes de análisis propios o pueden contratar asesoramiento por gabinetes locales o internacionales. Por el contrario, las pymes afrontan la internacionalización en inferioridad de condiciones aunque el Instituto Español de Comercio Exterior (ICEX) y otros organismos públicos y privados han ido mejorando sus prestaciones y políticas de diplomacia comercial.
En condiciones normales, es necesario que las empresas analicen bien la regulación aplicable y, sobre todo, que accedan al imprescindible conocimiento cultural de los nuevos mercados: cómo funcionan, qué claves conducen al éxito o al fracaso, cuál es el ciclo evolutivo de las inversiones o quiénes son los actores decisivos son, entre otros, pasos previos a la decisión de invertir. Pero además de esos factores que entran en la lógica empresarial, los empresarios deben tener en cuenta otros factores de riesgo externos que no aprendieron en las escuelas de negocios. No corren tiempos normales para la internacionalización porque al proteccionismo de siempre, en sus distintas variantes, se unen ahora nuevos riesgos como los geopolíticos y los cibernéticos. Ambos van de la mano y responden al mismo criterio: los intereses propios son lo primero y están por encima de la ley y de las fronteras. El fin justifica los medios y, para sorpresa de quienes confían en las leyes -o de quienes las hicieron para perpetuar sus posiciones de privilegio-, las potencias y empresarios emergentes no se sienten vinculados por el espíritu y las letras que regulan la competencia internacional. La competencia desleal se acentúa en los países donde el Estado de Derecho está menos desarrollado y, en la medida que la competencia deja de ser leal, los competidores occidentales se ven obligados a recurrir a prácticas desleales como la corrupción o los sobornos, si no quieren verse desplazados.
La vuelta a la geopolítica permite a algunos Estados renacionalizar unilateralmente sus recursos o nacionalizar las inversiones extranjeras, aprovecharse de sus inversiones para monopolizar la contratación de obra pública local o desentenderse de principios morales para poner la cooperación internacional al servicio del negocio. Por poner algunos ejemplos, China está desplazando a los países occidentales de los mercados africanos gracias a la incondicionalidad de sus préstamos y programas de cooperación, mientras que sus competidores insisten en exigir contrapartidas de derechos humanos y libertades fundamentales como requisito a la cooperación (es indudable que acumulan soft power con las sociedades a las que ayudan, pero pierden influencia y negocio con los gobiernos a los que critican). Del mismo modo, Rusia utiliza sus recursos energéticos como palanca de control de los países de su área de influencia y para dividir -y vencer- a los países europeos en cuestiones de energía.
El poder y la geoeconomía
La instrumentalización de los recursos económicos, financieros y de cooperación al desarrollo para conseguir poder, convierte la geopolítica en geoeconomía. Los Estados que todavía conservan intacta una gran parte de su poder -aquellos que todavía no se han visto desbordados por la interdependencia económica y no han perdido su capacidad de influir en la globalización económica-, se ven tentados a utilizar su poder económico. Mientras ellos utilizan los canales oficiales de influencia para mejorar sus posiciones económicas, otros actores privados acuden a canales ilegales para obtener posiciones de ventaja. Las patentes, las listas de clientes, las bases de datos, la reputación o la seguridad física de las empresas, entre muchos otros bienes económicos, están expuestas a la inseguridad cibernética. Y no es que los agentes económicos corran riesgos por atreverse a internacionalizar sus actividades, es que los corren porque otros agentes económicos, competidores leales o desleales, están internacionalizando las suyas.
Desde el punto de vista del análisis de riesgos, el escenario más problemático es aquel en el que converjan los intereses de los Estados y de sus empresas (grandes multinacionales o empresas nacionales) por el lado oscuro del nacionalismo económico. Llevada al extremo de suma-cero, la protección de la seguridad económica de un país puede acabar causando la inseguridad económica de otros, ya que según los principios de la geopolítica no todos pueden ganar al mismo tiempo. Los ataques informáticos desde China o el espionaje de las comunicaciones desde Estados Unidos se justifican por razones de seguridad nacional, pero ya que la economía es parte esencial de sus doctrinas de seguridad nacional, es lógico pensar que los sistemas y capacidades creados sirvan también a intereses económicos. Si hay interés por las decisiones políticas de alto nivel y capacidad para monitorizarlas, ¿por qué no va a ocurrir lo mismo con las económicas? Y si se obtienen datos de interés económico, ¿por qué no se va a explotar todo su potencial al servicio de la prosperidad y bienestar nacional?
Custodios corporativos
Para hacer frente a los riesgos cibernéticos de los Estados y empresas han florecido las estrategias de ciberseguridad. Finalmente, los Chief Information Security Officers (CISO) tenían razón y, en unos años las empresas han pasado de considerarles profetas de ‘la apocalipsis informática’ a custodios de la confianza corporativa. Del mismo modo, los ministerios de Interior y Defensa multiplican los cargos y departamentos dedicados a la protección de infraestructuras críticas y ciberdefensa. La ciberseguridad está de moda y desde hace una década –si consideramos la National Strategy to Secure Cyberspace de Estados Unidos de 2003 como la primera-, proliferan las estrategias públicas y privadas, nacionales e internacionales de ciberseguridad. Con ellas, los Estados y empresas tratan de defenderse frente a las agresiones y riesgos del ciberespacio fomentando el conocimiento, la regulación, las capacidades y la cultura que precisan quienes se desenvuelven en el entorno de las Tecnologías de la Información y de las Comunicaciones (TIC). Su desarrollo es importante para todas las empresas, se internacionalicen o no, porque la inseguridad cibernética no comienza cuando se pasan las fronteras, aunque es cierto que cada nueva localización de un proyecto empresarial conlleva diferentes riesgos y normas de seguridad.
Además de eso, Estados y empresas tienen que afrontar el reto de la inteligencia económica. Ahí fuera se desarrolla una guerra económica, de mayor o menor intensidad, en la que se compite por recursos, mercados, contratos, fiscalidad, inversiones, puestos de trabajo y prestigio. La internacionalización pone a las empresas en el camino de frentes de batalla donde la disponibilidad o no de inteligencia determina el resultado de la competencia. Desafortunadamente, las empresas españolas son unas recién llegadas al campo de la inteligencia económica y precisan tiempo antes de adaptarse. No podrán contar con la ayuda del Estado español, que apenas ha desarrollado una mención a la inteligencia económica en su Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) de 2013 y no dispone todavía ni de un concepto ni de un sistema de inteligencia económica a la altura de otros países que vienen ejerciéndola, más o menos intermitentemente, para acompañar y consolidar la internacionalización de sus empresas.
La vuelta de la geopolítica y el retorno a los nacionalismos económicos -la conjunción de los recursos económicos públicos y privados de la nación para prevalecer frente a terceros- pone en peligro la seguridad económica de los Estados y empresas que acuden a la competencia internacional con el pecho cubierto únicamente por la ley y sus ventajas comparativas.
Nos guste o no, hay que tomarse en serio la seguridad económica de Estados y empresas. Hay que pasar del reconocimiento de la necesidad de contar con sistemas de inteligencia económica y de seguridad nacional a implantarlos y desarrollarlos cuanto antes. A medida que se borran las diferencias entre microeconomía y macroeconomía, entre estrategias defensivas y ofensivas, entre filiales y matrices, hay que desarrollar empresas, tecnologías y agencias que aporten a la seguridad económica del país la ciberseguridad y la inteligencia económica que se precisan para competir en una economía global.