Durante la pandemia, el cibercrimen ha introducido cambios y ha innovado en su modus operandi para seguir siendo eficaz en sus actividades. De hecho, se ha adaptado a las circunstancias para explotar la situación con nuevos vectores de ataques, afectando especialmente a grupos de víctimas más vulnerables. Uno de ellos son los menores, un sector que ha estado más expuestos a los peligros de la red, debido al uso intensivo de Internet y de las redes sociales durante el confinamiento. Así lo pone de manifiesto el último informe anual de Europol sobre el análisis del crimen organizado en Internet (IOCTA, por sus siglas en inglés). Este documento recoge las principales amenazas relacionadas con el cibercrimen, así como las tendencias observadas a lo largo de este año.
Por otro lado, el documento, de 64 páginas, recoge cómo el cibercrimen continúa entre las formas más dinámicas y cambiantes de delito. En ese sentido, el ransomware es la amenaza más dominante. Con ella, los criminales aumentan el chantaje sobre sus víctimas, a las que intimidan con la publicación de datos si no pagan. Junto a ello, destacan la ingeniería social y el comprometimiento del correo electrónico como otras amenazas destacadas, y evolucionan rápidamente para ser más difíciles de detectar.
Las criptomonedas y el cibercrimen
Finalmente, el informe analiza también el impacto de las criptomonedas en el cibercrimen y el uso de la criptografía en las comunicaciones de los cibercriminales. Se trata de una técnica que, sin duda, dificulta la persecución de estos delitos. Además, el documento ahonda en el impacto de otras amenazas, como los ataques de denegación distribuidos (DDoS) y el Cybercrime-as-Service, que permiten a actores con escasos conocimientos contratar capacidades que no tienen para realizar ciberataques contra determinados objetivos.
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